viernes, 27 de enero de 2017

PUNTO Y SEGUIDO





"Martes 12/02/3013                 Praga 13:00

Aeropuerto de Praga. Un rato antes de partir a Barcelona.

Praga se ha despedido como sólo ella sabe. Un manto blanco la cubría esta mañana cuando me he despertado. Blanca, nevada, dejando caer millones de terciopelos. Pero hoy no he retrocedido a hace nueve años. Nos hemos quedado ella y yo en el ahora, en este momento. Sigue estando aquí, ahora mismo, con su magia absolutamente intacta.

Me deja marchar, me da su regalo, feliz al verme feliz. Y me deja marchar. Y en realidad no se despide, porque siempre estará aquí, conmigo. Ya puede nevar tranquila. He cogido a ese chaval de la mano y no tendrá frío. Me lo llevo conmigo y ya puede nevar. Todo acabó y al mismo tiempo empieza.

Hace nueve años se marchaba de aquí un chaval asustado sin saber que su corazón se quedaba en esta ciudad. durante esos nueve largos años el Dragón Blanco ha resguardado ese pequeño coranzoncito palpitante, imperecedero. Hoy vengo a buscarlo y el Dragón me lo devuelve, complacido. Ya estoy preparado para cuidarlo. Extiende sus brazos y me lo ofrece con una sonrisa, asintiendo, sabio por encima de cualquier cosa, siempre lo estuvo protegiendo hasta que el momento adecuado llegara.

Está nevando. estoy en el aeropuerto de Praga y está nevando. No me siento solo, pues formo parte de un todo intangible. Sonrío, sólo sonrío tranquilamente, suavemente, con cada átomo de mi ser más inmaterial sólo sonrío en paz. En paz. Y está nevando ahí afuera.

Y esos dos puntitos azules bailan felices, cogidos de la mano bailan entre esa cortina de copos de terciopelo danzantes, bailan por el cielo, justo sobre la tierra cubierta de nieve. Bailan en ese parquecillo donde una mujer de piedra sonríe complacida, bailan en una terraza centenaria donde dos cuerpos bullen de emoción, bailan frente a una ventana en la que la figura de un chaval emocionado se desvanece, bailan delante de un restaurante tailandés, y en medio de calles cubiertas de nieve, bailan frente a la mesa de un café de este aeropuerto donde ya no están esos dos jóvenes que se abrazan mientras un anciano llora por ellos (¿serías tú, mi Dragón?), bailan por los pasillos de este aeropuerto donde se va desvaneciendo la figura de ese joven arrasado de amor. Lo atraviesan y le devuelven la energía que nunca dejó de poseer. Y grita!!!! Porque es así, porque su vida ha durado más de quinientos años y durará infinitamente más.

Tengo treinta y seis años. Y llevo camisa. Y estoy escribiendo en el aeropuerto de Praga. Y soy el niño que está a mi lado con un anorak rosa, y si le gusta a él, me gusta a mí. Y soy el joven que está a mi derecha, al que le he dejado la camisa y que aún no se ha quitado el gorro que tuvo que comprarse hace años porque se le olvidó el suyo en un taxi. y si él lo quiere seguir llevando, a mí me parece perfecto y me gusta. Estoy sentado en una mesa en un aeropuerto, el de Praga. Y me gusta quien está conmigo. Me provoca un instinto de protección que me llena de satisfacción.

Ahora estoy aquí. Yo estoy aquí. Y da igual adónde vaya mi cuerpo. Porque Yo estoy con él."




Hace casi cuatro años escribía esto después de vivir unos días muy especiales para mí. No he vuelto a Praga desde entonces, pues la vida me ha llevado a otros lugares. Hoy, "casualmente", releyendo viejos escritos, me he topado con este fragmento que "casualmente" me ha hecho recordar, frente a una ventana muy diferente, una parte de mí que adoro. Ese punto y seguido que escribí hace casi cuatro años, y que ahora me hace volver a hacer algo que amo: ESCRIBIR

lunes, 20 de mayo de 2013





EL ÁNGEL QUE VOLVIÓ A SER


¿Qué fue de ese ángel? ¿ Hacia dónde le llevaron sus alas recuperadas de ese color multicolor lleno de todos los colores transparentes del arco iris? Ya eran alas, ya eran grandes, ya eran altas y bellas y níveas y suaves y acariciantes. Ya eran torpes e inseguras, con ganas de volar, con temor a volar, con incertidumbre de sonar, de notar, de sentir, con ansia de gritar, de reír, de jugar. Alas húmedas de felicidad, de emoción, de ilusión recuperada, nunca perdida, mantenida, acumulada, atesorada. Y vuela solo, vuela independiente, más conectado que nunca, luz azul brillante que sube por la espalda e invade de energía, de sublimación tranquila, reposada, configurada con toda la nada, por fin pertenece a esa nada que lo es todo y es nada de nada, nada por el río serpenteante, nada por el cielo que ríe, que se satisface al observar el éxito que también es suyo, que no lo duda, que siempre lo supo, padre, madre, todo tu propio ser. ¡Deja que se renueve el paraíso! deja que se reforme la atalaya hacia los sueños, volverá a ser bella, como siempre lo ha sido, nueva, vieja, más clara, pequeñas piedras ancianas te conducirán hacia el límite, aunque no haga falta te alegrará su renovación, te hará sentir las alas que crecen, que ya han recorrido un poco más de camino, que ya son más sabias, más blancas... Y de repente ya no son azules, como por arte de encantamiento la niña de piedra te dice que salgas del rincón de las cosas viejas y dulces porque ya no hay azul, ya no hay gladiador negro, ni pájaro verde, ya tienes tu color, ya no están esos otros colores que teñían forzados, ya ha desaparecido el poder del gladiador, ya su grito no amedrenta, no da miedo, no tiene fuerza, es un grito lejano que se aleja, que permanece allí donde se quedó, y el ángel camina y camina sin andar, pisa los viejos caminos volando, el viejo dragón lo empuja suavemente hacia el lugar dónde el hada de mármol ha estado guardándolo todo este tiempo, vuelve allí porque allí es donde tiene que volver, no hay otro lugar, no hace falta mirar, no hace falta caminar, no hace falta nada porque siempre ha estado allí, era el ángel, era el niño, era sólo él, asustadamente resguardado del peligro en el lugar donde murió su ilusión, petrificado en el altar de piedra donde el hada de mármol no lo dejó sacrificar, esperando que llegara este momento, el momento que siempre ha estado allí, el momento que siempre había tenido que llegar, y ya no hay pájaros acechando, no hay gladiadores custodiando con sus lanzas la entrada a ese templo extraño, desconocido, recurrente siempre siempre sin saber porque, sólo el hada de mármol como siempre, y ese pequeño ser de luz agazapado donde se quedó, con cara de asustado, mirando de reojo, en silencio, enmudecido por las heridas infligidas tanto tiempo atrás, gladiadores azules convertidos en pájaros negros le desgarraron el alma virgen, le aniquilaron las ilusiones, le destrozaron un corazón de gelatina, corazón que ha seguido latente, no estaba muerto, nunca estuvo muerto, jamás estará muerto, sólo recomponiéndose, sólo hibernando mientras se ha ido reconstruyendo, capaz de autoalimentarse con su propia fuerza, esperando la llegada de quien tenía que llegar, ángel mágico, ángel blanco, ángel sin sombra de pájaro ni azul ni verde ni negro, ángel sin gladiadores, sólo ángel, despojado de toda cadena, liberado de toda atadura, lo normal, lo lógico, lo natural, todo este tiempo ha sido así, siempre ha sido así, no te asustes, eres un ángel, eres mi ángel, somos el mismo ángel, levántate, camina, cógete de mi mano y no dudes en dar el primer paso, sé que es tambaleante, pero mi mano es fuerte, ya me han crecido las alas para venir a buscarte, camina, sabes dónde vamos, es el único lugar al que podemos ir, no hay escapatoria posible, las aguas grises están esperando, el sacrificio es este, lo siento, no eres tú, nunca has sido tú, jamás serás tú, deja que se vaya, ahuyenta a tus carceleros, déjalos marchar, no pueden seguir confundiéndote, lo sabes, ahora lo sabes, te lo digo yo, siempre te lo has dicho tú, deja que se queden donde tienen que quedarse, que los alejen las olas, que los devuelvan a la orilla, ¡qué más da!, ya no tienen poder, ya no están, siempre estarán pero ya no están...Duele y libera, reconfortante sacrificio, alentadora acción lógica, llora si quieres, el ángel está aquí, y no llora, pero te deja llorar, pero te obliga a seguir, ya está hecho, ya está hecho y hay que caminar, ¿recuerdas todo esto?, es nuevo, míralo con tus nuevos ojos de ángel, lo reconoces vestido de tiempo, disfrazado de años, sigue allí, como siempre, como nunca lo ves ahora, capaz de verlo por fin, te aferras a esa mano de ángel, no te aferras a la mano de un gladiador que no quiere ver que su carne es trémula, y esa visión es extraña, es igual y es diferente, porque todo sigue ahí, y la vieja se va con paso lento, desaparece por el callejón hasta convertirse en humo, en niebla, en luz anaranjada de magia y sabes que así debe ser, que todo se transforma, que todo se libera para quedar en el mismo sitio, un sitio que jamás vuelve porque ya no está. Por fin puedes descansar, por fin caminas vacilante a través de esa anciana que te acogió sin dudarlo, más segura que tú de que eras un ángel. ¿porqué te crees sino que te trajo? Cuántos años, poquito a poco, inconscientemente para que no te dieras cuenta hemos llegado hasta aquí, al lugar en el que teníamos que llegar, ahora eres un ángel experimentado, preparado, configurado para lo que siempre estaba escrito, lo sabes pero aún no te atreves a mirarlo, te da miedo ver que eres tú, que a ese angelito al que se le rompieron las alas, que ese angelito que ha estado tanto tiempo luchando, ahora es ese ángel que camina seguro en su lugar, consciente de su fuerza, liberado de maestros salidos del camino, ese eres tú, ángel mágico, joven aún, por eso no te atreves a levantar la vista...pero el Dragón Blanco está satisfecho, sonríe con su infinita blancura, se regodea de su éxito y por fin te permite volver a sentirlo en todo su esplendor... y empieza a caer sobre ti, empieza a posarse sobre tus ojos, sobre la punta de tu nariz, sobre tus párpados incrédulos, blanco, blanco, resopla, juega contigo, y al final te abraza fuerte, fuerte como tú sabes que lo hace, de manera cálida, de manera sinuosa, de manera suave pero con una fuerza que va más allá de todo...y tú sabes que debía ser así, que siempre fue así.

viernes, 9 de noviembre de 2012

EL ÁNGEL QUE RECUPERÓ SUS ALAS

 




Y habrá un día en que ese ángel con las alas rotas vuelva a intentar remontar el vuelo en ese cielo gris pero que está lleno de luz, de la luz mágica de la oscuridad, de la luz densa de la blancura, donde los niños que son blancos se sientan en los tejados pero no tienen frío porque ya están helados, petrificados pero llenos de vida, espectantes, espectadores de los esfuerzos de ese ángel con las alas rotas que intenta retomar el vuelo bajo esa farola amarilla, y resbala, y tropieza, pero ríe porque no lo consigue y llora porque no lo consigue y está triste porque un día fue un ángel con las alas por romper hasta que se le rompieron de tanto volar, hasta que ese gladiador que era azul y que por un rato fue negro antes de volverse verde le dejara libre para volar demasiado alto sin avisarle del cristal, ese cristal por el que resbala el agua que no es agua pero que es salada como si fuera del mar, aunque lo vea el acero que se derrite a pesar de su dureza, que es tierno pese a su consistencia y tal vez también dispare agua que no es agua pero que es salada como la del mar, un mar que no está, que se quedó en los sueños, que nunca llegó a ser pese a su existencia porque nunca llegó a verse con sus propios ojos compartidos, se quedó lejos, allí mismo, cerca, en otro lugar que debía ser el mismo pero diferentemente igual, a la vez, simultáneo, que de alguna manera lo es y lo sigue siendo, pese a la negrura del gladiador que se convirtió en pájara negro para poder volar hacia allí, para poder contemplar ese mar salado, esa mar salada, ese agua que se oscureció de gris por la negrura que de repente le salió a las alas del gladiador verde y por la fractura de las alas del ángel blanco que se volvió transparente de tanto esfuerzo, de tanta transparencia líquida que le salió se volvió él mismo transparente, líquido, deslizante, hechizantemente hechizado, obnuvilado, confundido con la grisura de lo que sus ojos veían, riendo de tristeza, llorando de una alegría inconmensurable, gritando en silencio, callando desde los berridos de ángel con las alas rotas, con las heridas sangrantes aún dolientes, punzantes, lacerantes, supurantes, aberrantes, incomprenssibles, aborrecibles, amadas, anheladas, inolvidables mientras la luz oscura seguía su curso, vieja Dama Blanca llena de ojos verdes y gladiadores azules y ángeles blancos, luz sensata, vieja sabia, viejo sabio imperturbable gracias a su perturbabilidad, ufana, presumida por su belleza de anciana perpetua, orgullosa de sus heridas borradas, cicatrizadas, desaparecidas pero presentes, sonriendo con ternura a su nuevo retoño seducido, abducido, herido para sanar, lisiado para embellecerse, igual que el manco cazador de imágenes, mágico por su propia magia, escondido detrás de las ramas, sentado en ese tocón del tiempo, esperando la llegada del ángel con las alas rotas, con la pócima en su única mano, ungüento silencioso, milagroso por su contenido de nada, de silencio, de falta de palabras, de inutilidad de hechos patentes, secreto recoveco del ayer que espera al hoy para volver mañana y convertirse de nuevo en ayer para esperar a un nuevo hoy, y así seguir su camino de pócimas agazapadas, de milagros invisibles, de iluminaciones sin destellos, para dejar salir esas nuevas plumas que seguirán siendo blancas, más blancas porque estarán hechas de hielo, de nieve, de la luz del sol, del brillo del mar, de la vejez bella, de nuevos caminos aún no descubiertos, de la posibilidad de poseer la capacidad de transformar, de la opción de fabricar esa pócima boscosa, de piedra, de agua helada y añadir nuevos ingredientes para mejorarla si cabe, para personalizarla, para hacerla única con los ingredientes encontrados a través de las nieves que se resisten a aparecer porque no es el momento, para que ese ángel con las alas rotas que un día quiso ser gladiador o pretendió raspar la negrura del gladiador, o cayó en la trampa del gladiador que fue azul para convertirse en negro antes de transformarse en pájaro verde, para que ese ángel que sigue siendo ángel pero que ha aprendido a ponerse los cuernos de diablillo, para que ese ángel con las alas ya casi arregladas, recuperadas, se siente donde termina la tierra y empieza la magia y espere la llegada del perro grande que le lama la nuca, que se regodee con la felicidad de su compañía, con la absoluta certeza de lo impalpable, para que saboree la plenitud del reverdecer propio, para que sienta el sufrimiento dulce de la melancolía, para que restriegue al pájaro verde que ya no se sabe de que color es las gracias por todo, la pequeñez de su gran e inconmuensurable regalo, la grandiosidad de su nadería, el presente hecho gracias a su cobardía, la simultaneidad de su diferencia, la igualdad de sus contradicciones, la imperturbabilidad de su evolución estática, congelada en el tiempo, ubicada en la eternidad desaparecida, nunca existida, jamás creada más allá del anhelo, petrificada por la cobardía, desaparecida bajo toneladas de silencio sin palabras, colgada por sirenas doblegadas, por gusanos aplastados, por peces enlatados rumbo hacia el lugar donde un día ese gladiador no quiso perder al ángel, ese ángel roto, recompuesto, resurgido, parado en un movimiento continuo muchas veces arrastrado, vapuleado en sus esfuerzos por volar con esas alas rotas que a pesar de todo han ido sanando, bajo la mirada de sonrisa helada de niños agazapados en los tejados, de mujeres transportando agua vacía, bajo el regocijo de satisfacción de crucificados nunca olvidados, de padres alquímicos orgullosos, de verdes oradores enmohecidos, de linternas al revés llenas del humo literario, de boles de café sin tabaco en tiempos remotamente modernos, de cadáveres maravillosos estilizadamente bellos, de pitonisas con túnica ensangrentada y mirada electrizante, todos ellos satisfechos, seguros del resultado, enternecidos al saberse resguardados del olvido gracias a unas alas blancas fortalecidas por el sufrimiento, engrandecidas por su impetuosidad, cada vez más elásticas, cada vez más abarcantes gracias a la terquedad del no olvido, para que ese ángel mágico con las alas rotas siga revoloteando sinuosamente, tal y como le han enseñado, en silencio, gritando sin abrir la boca, bailando sin mover los pies, volando sin elevarse, dejando de ser nuevo para convertirse en viejo, como siempre ha sido, como fue desde un principio, como será para siempre, igual, diferente, cambiante sin modificarse, igual de blanco que cuando quiso ser azul junto al gladiador que probablemente era negro pero pretendió ser verde demasiado tarde, gladiador de sueños, sombra de cortinas de escenario, príncipe de mundos hechizados, hechizado, claudicado, que dejó su risa abandonada en una ventana, abandonó su ventana en silencio, escondido entre la ignorancia de la ingenuidad, conscientemente atravesándola, desgarrándola, aniquilando cualquier vestigio de su paso para dejarlo todo arrasado hasta siempre, hasta nunca, clavando lanzas en esas alas asustadas desde todos los lugares existentes gracias a su repentina inexistencia, ensañándose pese a los ruegos, a pesar de las imploraciones, ignorando nada más ni nada menos, incapaz de razonar un razonamiento irrazonable para así no asomar el olvido de los milujis, para negar los tes rescatados de su alma que quiso ser azul pero no tuvo más fuerza y se quedó negra aunque por un instante intentara ser verde y ahora sigue de colores, o de ningún color, pero siempre partida, dualizada, desdoblada siempre siempre, de dos en dos, pareja, separada pero incapaz de separarse, imposible de esconder bajo su escondrijo tal vez inconsciente o tal vez consciente o tal vez voluntario y tal vez involuntario pero para siempre, mientras la negrura de las alas pretendidamente verdes no le deja ver la blancura de otras alas blancas que sobrevuelan la luz oscura y densa de la magia compartida imposible de aniquilar, guardada en el exterior escondido, vivificada en el interior exteriorizado, fundida para siempre pese al gladiador negro que quiso ser azul, gracias al pájaro que quiso quedarse verde y se quedó en gladiador negro.

sábado, 23 de julio de 2011

Ha pasado un ángel


Ha pasado un ángel y se ha roto las alas. El ángel era azul, como el gladiador que después se volvió verde y también le salieron alas, pero eran de pájaro, aunque hubieran sido de ángel. Aquel gladiador que luchaba en otros lugares, que soñaba con la luz del Sol cuando estaba enamorado de la blancura de la nieve, que se transformó en león para convertir al ángel en cristiano y así devorarle el alma a dentelladas con la intención de que también él se volviera un guerrero. Pero al ángel sólo se le rompieron las alas, unas alas blancas que se quedaron flotando en la blanca nieve y todavía siguen deslizándose entre los oscuros laberintos de ese circo que no era romano, lleno de otras alas rotas y no tan rotas, pero rotas al fin y al cabo. Tiéndele la mano al furioso gladiador que cree haberse convertido en pájaro verde, aunque no se dé cuenta de que le han salido las alas. Pero el gladiador verde, el pájaro azul se ha olvidado de ellas y sólo piensa en su caparazón de letras y sillas de madera encima de un escenario, y sólo el ángel con el alma llena de heridas de dentelladas recuerda las alas del pájaro verde, que son de gladiador azul. Aunque tal vez también las vea la libélula que también es verde, pero sólo sus ojos, no sus alas transparentes, el ángel con las alas rotas está convencido de que sí, de que la libélula de los ojos verdes es capaz de ver las alas del gladiador azul, unas alas de colores, no sólo verdes, o no sólo azules, sino de muchos colores que brillan como gusanos a rayas de colores y como escarabajos con estrellas pintadas y también como hadas hinchadas de risa de colores y de peces con los ojillos cerrados de colores. Y puede creerse que el gladiador azul que en realidad es un pájaro verde al que le han salido las alas, le tiende la mano al pequeño ángel con las alas rotas, pero en realidad es el ángel que no tiene color, sólo el de sus alas rotas pero blancas a pesar del polvo del camino, es él el que le tiende la mano al gladiador azul con alas de pájaro verde que se niega a ser consciente de que tiene alas de pájaro verde, de gladiador azul, de ángel blanco. Y llora de tristeza el ángel de las alas rotas que son blancas, aunque sus lágrimas ya se han vuelto dulces porque vuelven a ser buenas, a ser blancas como la nieve blanca en las que han quedado suspendidas. Y en el cielo de sus sueños, que es blanco y es mágico, sigue flotando la esperanza que es seguridad y es certeza, de que en algún lugar, en algún momento, el gladiador azul que es pájaro verde recuerda las alas que posee y llora por un instante lágrimas dulces de un abrazo antes de echar a volar de un plato de carne y puré que es trémulo, de un suelo resbaladizo en una noche en el oro, de un abrazo del pasillo solitario o tal vez del tronco con el alma carbonizada pero reverdecida. Y en algún lugar, a pesar de los caballeros que montan al revés, siguen sonando los mil y también los ujis borrachos, y también los tes antes de que la libélula de los ojos verdes deje sonar su dulce melodía cuando todos eran mágicos: el gladiador que entonces era azul, el ángel que entonces no tenía las alas rotas, la libélula que ya poseía los ojos verdes, todos mágicos, todos con alas sin romper, o tal vez algunas rotas y otras por romper, dispuestas a romperse o dispuestas a volar hasta el lugar donde la magia lo convierte todo en una ventana donde los dragones vuelan sobre los tejados y secuestran almas antes de que los pájaros verdes que no saben que siguen siendo gladiadores azules a pesar de intentar ser gladiadores negros, les rompan las alas a los ángeles con alas blancas.

domingo, 19 de junio de 2011

Pequeño fragmento de "El Dragón Blanco"

Aquí va el primer pedacito del libro que estoy escribiendo, un canto a la belleza y la magia de mi adorada Praga. Espero que os guste. Más adelante  pondré más trocitos...


Cierro los ojos con fuerza, con mucha fuerza e imagino que estás aquí conmigo, que me abrazas con fuerza. Puedo sentir tu aliento que me envuelve y me hace sentir que nada malo me puede pasar. Noto como tu barba roza mi mejilla, tus labios finos me besan suavemente pero con impaciencia y me estremezco hasta la parte más recóndita de mí ser. Ya puedo morir, estoy en el Paraíso. El amor que sentí, que en realidad nunca he dejado de sentir, me invade, me inunda los ojos de lágrimas. ¡Cuánto he llorado en esta ciudad! Cierro los ojos con fuerza, con mucha fuerza y Pavel me abraza y así, sin decir nada, mi mirada queda fija en el puente lejano, en sus estatuas, en las parejas de patos que pasean su amor deslizándose por las aguas de este río que está un poquito más lleno con mis lágrimas. Toda la belleza del mundo, todo el amor, toda la magia.

Espero la llegada de la noche, el momento en que los espíritus despiertan y hacen suyas las calles. Las almas de las estatuas, los espíritus de las torres, las hadas de las viejas casas vuelan por fin alrededor del gran Dragón Blanco, majestuoso, seguro de su poder, de su hechizo, robando almas desprevenidas, elegidas para formar parte de algo que no se puede ver pero que arrasa con toda su fuerza. Príncipes, princesas, magos, hechiceros, alquimistas, criaturas de tiempos pasados y presentes danzan en esta ciudad subliminal que sólo se puede llegar a conocer a través del amor. Como tú me la hiciste descubrir hace ya tantas vidas.

Es en esas horas, cuando las hordas de turistas duermen, más tarde incluso, cuando toda la ciudad duerme un cálido sueño, es entonces cuando el Viejo Dragón se despereza de su sueño, abre los ojos, se atusa su suave pelo blanco y se dispone a salir de caza. Es entonces cuando esas almas llenas de amor se levantan de sus camas en medio de la oscuridad e impulsadas por una fuerza irresistible abren la ventana al gélido aire invernal y permanecen hipnotizadas, con la mirada perdida, hechizadas. Hasta que de repente notan un suave pinchazo en su mejilla, se tocan, confusas, sin saber que ha pasado, sin poder desviar la mirada del infinito cielo y de la ciudad que se extiende a lo lejos. Y luego otra vez el pinchazo, y otro más, y otro, y así hasta que sin darse cuenta suaves briznas de terciopelo blanco llenan su cara. Y antes de poder asombrarse, el Dragón les arrebata el alma, la saca del cuerpo, la alza, la monta en su cálido lomo sacándolas por la ventana, emprendiendo un silencioso vuelo por el cielo de Praga, las luces del Castillo allá abajo, el serpenteante río, las iglesias, toda esa belleza se desliza a través de ese mágico vuelo. Y a su paso todo se va cubriendo de un manto blanco que lo envuelve todo mientras bailan las almas, los espíritus, las hadas; la
ciudad les pertenece, esa verdadera Praga escondida. Y aquella alma a lomos del Dragón Blanco llora lágrimas de hielo mientras desaparece su cuerpo y ya es un alma más en ese baile mágico en esta ciudad encantada, más allá del tiempo. Por fin es libre, es amor hecho piedra de puente, de castillo, de fachada de iglesia, de muro de palacio, de estatua…

lunes, 13 de junio de 2011

La misteriosa perspectiva compartida


Ayer fui a dar un paseo para disfrutar de una soleada tarde primaveral de Barcelona. Regresé a casa dos horas después con unas nuevas sandalias y dos cd's de sinfonías de Dvorák. Me senté delante del ordenador y puse el primer disco, dispuesto a disfrutar de la música del fabuloso compositor checo. Mientras las melodías iban llenando el ambiente de mi casa, cogí "Toda la belleza del mundo", esas memorias de Jaroslaf Seifert que he vuelto a releer de nuevo. Buscaba la parte en la que el poeta describe su encuentro con cierto fotógrafo checo de cuyo nombre no me acordaba. No tardé en encontrarlo. Efectivamente se trataba de Josef Sudek. Con el nombre anotado, me dispuse a buscar en Google imágenes suyas, tenía curiosidad por ver alguna de las fotografías de las que habla Seifert en sus memorias. Enseguida apareció en la pantalla ese anciano de barba blanca acarreando su voluminosa cámara con su único brazo. Esas imágenes me trasladaron de nuevo al relato de Seifert sobre su encuentro con Sudek en Petrín. A medida que iba pasando una fotografía tras otra podía imaginar los largos paseos del viejo artista por la bella Praga en busca de la mágica imagen.

De repente me quedé estupefacto. Entre las evocadoras naturalezas muertas captadas por el venerable anciano empezaron a aparecer algunas de sus instantáneas de Praga. ¡Muchas de ellas eran imágenes de la ciudad vista a través de las ramas de los árboles de sus jardines! No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Nunca hasta entonces había visto fotografía alguna de Sudek. Pero esas imágenes de Praga a través del ramaje desnudo de los árboles sí que las había contemplado muchas veces: ¡yo mismo llevo años haciendo esas fotografías en mis viajes invernales a Praga! La música de Dvorák seguía inundando mis oídos mientras mi vista se llenaba una y otra vez con las instantáneas de aquella mágica ciudad agazapada tras las grises ramas de los viejos árboles de Petrín o tomadas desde el parquecillo de Strelecký. Una vez más volvió a mí la emoción de sentir la magia de Praga que tantas veces me ha permitido disfrutar la ciudad desde que la conocí hace ya unos cuantos años y de la que me enamoré enseguida. Y ahora, por enésima vez Praga me guiñaba el ojo de nuevo, recordándome nuestra íntima y secreta unión. Esa intimidad de la que muchos artistas checos han gozado a lo largo de los siglos, así como también algún que otro extranjero, más allá de la típica postal del bello Puente de Carlos o el enigmático reloj del Ayuntamiento.

Por un momento volví a mi Praga Mágica a la que acudo fiel a la cita de cada invierno que hemos establecido desde hace algúnos años . Pero ese guiño cómplice todavía no había dicho su última palabra. En busca de nuevas fotos de Sudek que me devolvieran aquella magia pragense, apareció de repente ante mi atónita vista una fotografía aparentemente sin nada especial. Creo que se me paró hasta el corazón al contemplar esa imagen. Se trataba del tocón de un gran árbol talado en medio de lo que parecía una pendiente boscosa. Realmente no podía creer lo que mi vista mandaba a mi cerebro. En mi última visita a Praga este pasado invierno, fui dando un paseo hasta Petrín, como siempre hago varias veces cuando visito la ciudad. Me gusta especialmente pasear por esa colina solitaria en esa época del año y perderme entre sus sinuosos senderos, rodeado de viejos árboles. Es allí, uno de mis lugares preferidos de Praga, en donde dejo volar la imaginación hacia mundos fantásticos. Pues bien, como decía, este invierno, vagando sin rumbo fijo por el monte Petrín, llegué hasta un pequeño claro entre la arboleda desde el que se podía contemplar el Hradcany al otro lado de la montaña. Reinaba allí el silencio y la paz adecuadas para poder sentarme un rato y dejarme invadir por la magia de Praga. Buscando un sitio en el que sentarme econtré en la cima de una pequeña pendiente en la parte más alejada del camino, el tocón de un viejo árbol talado. Enseguida aquel tocón me llamó en silencio, ofreciéndose para que pudiera reposar sobre él y escribir sobre ese mágico momento. Acepté solícito y agradecido esa amable invitación y allí permanecí durante un tiempo indefinido, empepándome de la belleza y la espiritualidad que siempre espero encontrar y en todas las ocasiones lo consigo, cuando estoy en Praga. Después, cuando llegó la hora de volver a la realidad, regalé a ese tocón una foto que hice con mi cámara, para poder así llevarme ese instante mágico a Barcelona y poder disfrutar de él hasta mi nueva cita con Praga.

¡Cual fui mi sorpresa ayer al descubrir ese tocón fotografiado muchos años atrás por el genial artista! En realidad no sé si se trata del mismo árbol talado, es posible que no sea así, pero para mí lo verdaderamente emocionante fue descubrir que alguien más a parte de mí disfrutó de la magia de un viejo tocón. Y también que no sólo yo veo Praga a través de las ramas desnudas de sus árboles.