domingo, 19 de junio de 2011

Pequeño fragmento de "El Dragón Blanco"

Aquí va el primer pedacito del libro que estoy escribiendo, un canto a la belleza y la magia de mi adorada Praga. Espero que os guste. Más adelante  pondré más trocitos...


Cierro los ojos con fuerza, con mucha fuerza e imagino que estás aquí conmigo, que me abrazas con fuerza. Puedo sentir tu aliento que me envuelve y me hace sentir que nada malo me puede pasar. Noto como tu barba roza mi mejilla, tus labios finos me besan suavemente pero con impaciencia y me estremezco hasta la parte más recóndita de mí ser. Ya puedo morir, estoy en el Paraíso. El amor que sentí, que en realidad nunca he dejado de sentir, me invade, me inunda los ojos de lágrimas. ¡Cuánto he llorado en esta ciudad! Cierro los ojos con fuerza, con mucha fuerza y Pavel me abraza y así, sin decir nada, mi mirada queda fija en el puente lejano, en sus estatuas, en las parejas de patos que pasean su amor deslizándose por las aguas de este río que está un poquito más lleno con mis lágrimas. Toda la belleza del mundo, todo el amor, toda la magia.

Espero la llegada de la noche, el momento en que los espíritus despiertan y hacen suyas las calles. Las almas de las estatuas, los espíritus de las torres, las hadas de las viejas casas vuelan por fin alrededor del gran Dragón Blanco, majestuoso, seguro de su poder, de su hechizo, robando almas desprevenidas, elegidas para formar parte de algo que no se puede ver pero que arrasa con toda su fuerza. Príncipes, princesas, magos, hechiceros, alquimistas, criaturas de tiempos pasados y presentes danzan en esta ciudad subliminal que sólo se puede llegar a conocer a través del amor. Como tú me la hiciste descubrir hace ya tantas vidas.

Es en esas horas, cuando las hordas de turistas duermen, más tarde incluso, cuando toda la ciudad duerme un cálido sueño, es entonces cuando el Viejo Dragón se despereza de su sueño, abre los ojos, se atusa su suave pelo blanco y se dispone a salir de caza. Es entonces cuando esas almas llenas de amor se levantan de sus camas en medio de la oscuridad e impulsadas por una fuerza irresistible abren la ventana al gélido aire invernal y permanecen hipnotizadas, con la mirada perdida, hechizadas. Hasta que de repente notan un suave pinchazo en su mejilla, se tocan, confusas, sin saber que ha pasado, sin poder desviar la mirada del infinito cielo y de la ciudad que se extiende a lo lejos. Y luego otra vez el pinchazo, y otro más, y otro, y así hasta que sin darse cuenta suaves briznas de terciopelo blanco llenan su cara. Y antes de poder asombrarse, el Dragón les arrebata el alma, la saca del cuerpo, la alza, la monta en su cálido lomo sacándolas por la ventana, emprendiendo un silencioso vuelo por el cielo de Praga, las luces del Castillo allá abajo, el serpenteante río, las iglesias, toda esa belleza se desliza a través de ese mágico vuelo. Y a su paso todo se va cubriendo de un manto blanco que lo envuelve todo mientras bailan las almas, los espíritus, las hadas; la
ciudad les pertenece, esa verdadera Praga escondida. Y aquella alma a lomos del Dragón Blanco llora lágrimas de hielo mientras desaparece su cuerpo y ya es un alma más en ese baile mágico en esta ciudad encantada, más allá del tiempo. Por fin es libre, es amor hecho piedra de puente, de castillo, de fachada de iglesia, de muro de palacio, de estatua…

lunes, 13 de junio de 2011

La misteriosa perspectiva compartida


Ayer fui a dar un paseo para disfrutar de una soleada tarde primaveral de Barcelona. Regresé a casa dos horas después con unas nuevas sandalias y dos cd's de sinfonías de Dvorák. Me senté delante del ordenador y puse el primer disco, dispuesto a disfrutar de la música del fabuloso compositor checo. Mientras las melodías iban llenando el ambiente de mi casa, cogí "Toda la belleza del mundo", esas memorias de Jaroslaf Seifert que he vuelto a releer de nuevo. Buscaba la parte en la que el poeta describe su encuentro con cierto fotógrafo checo de cuyo nombre no me acordaba. No tardé en encontrarlo. Efectivamente se trataba de Josef Sudek. Con el nombre anotado, me dispuse a buscar en Google imágenes suyas, tenía curiosidad por ver alguna de las fotografías de las que habla Seifert en sus memorias. Enseguida apareció en la pantalla ese anciano de barba blanca acarreando su voluminosa cámara con su único brazo. Esas imágenes me trasladaron de nuevo al relato de Seifert sobre su encuentro con Sudek en Petrín. A medida que iba pasando una fotografía tras otra podía imaginar los largos paseos del viejo artista por la bella Praga en busca de la mágica imagen.

De repente me quedé estupefacto. Entre las evocadoras naturalezas muertas captadas por el venerable anciano empezaron a aparecer algunas de sus instantáneas de Praga. ¡Muchas de ellas eran imágenes de la ciudad vista a través de las ramas de los árboles de sus jardines! No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Nunca hasta entonces había visto fotografía alguna de Sudek. Pero esas imágenes de Praga a través del ramaje desnudo de los árboles sí que las había contemplado muchas veces: ¡yo mismo llevo años haciendo esas fotografías en mis viajes invernales a Praga! La música de Dvorák seguía inundando mis oídos mientras mi vista se llenaba una y otra vez con las instantáneas de aquella mágica ciudad agazapada tras las grises ramas de los viejos árboles de Petrín o tomadas desde el parquecillo de Strelecký. Una vez más volvió a mí la emoción de sentir la magia de Praga que tantas veces me ha permitido disfrutar la ciudad desde que la conocí hace ya unos cuantos años y de la que me enamoré enseguida. Y ahora, por enésima vez Praga me guiñaba el ojo de nuevo, recordándome nuestra íntima y secreta unión. Esa intimidad de la que muchos artistas checos han gozado a lo largo de los siglos, así como también algún que otro extranjero, más allá de la típica postal del bello Puente de Carlos o el enigmático reloj del Ayuntamiento.

Por un momento volví a mi Praga Mágica a la que acudo fiel a la cita de cada invierno que hemos establecido desde hace algúnos años . Pero ese guiño cómplice todavía no había dicho su última palabra. En busca de nuevas fotos de Sudek que me devolvieran aquella magia pragense, apareció de repente ante mi atónita vista una fotografía aparentemente sin nada especial. Creo que se me paró hasta el corazón al contemplar esa imagen. Se trataba del tocón de un gran árbol talado en medio de lo que parecía una pendiente boscosa. Realmente no podía creer lo que mi vista mandaba a mi cerebro. En mi última visita a Praga este pasado invierno, fui dando un paseo hasta Petrín, como siempre hago varias veces cuando visito la ciudad. Me gusta especialmente pasear por esa colina solitaria en esa época del año y perderme entre sus sinuosos senderos, rodeado de viejos árboles. Es allí, uno de mis lugares preferidos de Praga, en donde dejo volar la imaginación hacia mundos fantásticos. Pues bien, como decía, este invierno, vagando sin rumbo fijo por el monte Petrín, llegué hasta un pequeño claro entre la arboleda desde el que se podía contemplar el Hradcany al otro lado de la montaña. Reinaba allí el silencio y la paz adecuadas para poder sentarme un rato y dejarme invadir por la magia de Praga. Buscando un sitio en el que sentarme econtré en la cima de una pequeña pendiente en la parte más alejada del camino, el tocón de un viejo árbol talado. Enseguida aquel tocón me llamó en silencio, ofreciéndose para que pudiera reposar sobre él y escribir sobre ese mágico momento. Acepté solícito y agradecido esa amable invitación y allí permanecí durante un tiempo indefinido, empepándome de la belleza y la espiritualidad que siempre espero encontrar y en todas las ocasiones lo consigo, cuando estoy en Praga. Después, cuando llegó la hora de volver a la realidad, regalé a ese tocón una foto que hice con mi cámara, para poder así llevarme ese instante mágico a Barcelona y poder disfrutar de él hasta mi nueva cita con Praga.

¡Cual fui mi sorpresa ayer al descubrir ese tocón fotografiado muchos años atrás por el genial artista! En realidad no sé si se trata del mismo árbol talado, es posible que no sea así, pero para mí lo verdaderamente emocionante fue descubrir que alguien más a parte de mí disfrutó de la magia de un viejo tocón. Y también que no sólo yo veo Praga a través de las ramas desnudas de sus árboles.