Cierro los ojos con fuerza, con mucha fuerza e imagino que estás aquí conmigo, que me abrazas con fuerza. Puedo sentir tu aliento que me envuelve y me hace sentir que nada malo me puede pasar. Noto como tu barba roza mi mejilla, tus labios finos me besan suavemente pero con impaciencia y me estremezco hasta la parte más recóndita de mí ser. Ya puedo morir, estoy en el Paraíso. El amor que sentí, que en realidad nunca he dejado de sentir, me invade, me inunda los ojos de lágrimas. ¡Cuánto he llorado en esta ciudad! Cierro los ojos con fuerza, con mucha fuerza y Pavel me abraza y así, sin decir nada, mi mirada queda fija en el puente lejano, en sus estatuas, en las parejas de patos que pasean su amor deslizándose por las aguas de este río que está un poquito más lleno con mis lágrimas. Toda la belleza del mundo, todo el amor, toda la magia.
Espero la llegada de la noche, el momento en que los espíritus despiertan y hacen suyas las calles. Las almas de las estatuas, los espíritus de las torres, las hadas de las viejas casas vuelan por fin alrededor del gran Dragón Blanco, majestuoso, seguro de su poder, de su hechizo, robando almas desprevenidas, elegidas para formar parte de algo que no se puede ver pero que arrasa con toda su fuerza. Príncipes, princesas, magos, hechiceros, alquimistas, criaturas de tiempos pasados y presentes danzan en esta ciudad subliminal que sólo se puede llegar a conocer a través del amor. Como tú me la hiciste descubrir hace ya tantas vidas.
Es en esas horas, cuando las hordas de turistas duermen, más tarde incluso, cuando toda la ciudad duerme un cálido sueño, es entonces cuando el Viejo Dragón se despereza de su sueño, abre los ojos, se atusa su suave pelo blanco y se dispone a salir de caza. Es entonces cuando esas almas llenas de amor se levantan de sus camas en medio de la oscuridad e impulsadas por una fuerza irresistible abren la ventana al gélido aire invernal y permanecen hipnotizadas, con la mirada perdida, hechizadas. Hasta que de repente notan un suave pinchazo en su mejilla, se tocan, confusas, sin saber que ha pasado, sin poder desviar la mirada del infinito cielo y de la ciudad que se extiende a lo lejos. Y luego otra vez el pinchazo, y otro más, y otro, y así hasta que sin darse cuenta suaves briznas de terciopelo blanco llenan su cara. Y antes de poder asombrarse, el Dragón les arrebata el alma, la saca del cuerpo, la alza, la monta en su cálido lomo sacándolas por la ventana, emprendiendo un silencioso vuelo por el cielo de Praga, las luces del Castillo allá abajo, el serpenteante río, las iglesias, toda esa belleza se desliza a través de ese mágico vuelo. Y a su paso todo se va cubriendo de un manto blanco que lo envuelve todo mientras bailan las almas, los espíritus, las hadas; la
ciudad les pertenece, esa verdadera Praga escondida. Y aquella alma a lomos del Dragón Blanco llora lágrimas de hielo mientras desaparece su cuerpo y ya es un alma más en ese baile mágico en esta ciudad encantada, más allá del tiempo. Por fin es libre, es amor hecho piedra de puente, de castillo, de fachada de iglesia, de muro de palacio, de estatua…